Descubrí hace muuuuchos años que Cádiz era mi ciudad vitamina. Los primeros viajes entre amigas alojadas en la Pensión España o Fantoni, alquilando bicicletas y saliendo por la noche. Después un Congreso que me permitió alojarme en un hotelaco y disfrutar por primera vez de una ciudad en soledad. Me encantó. Aprendí y a la vez curiosee cada rincón. Conocí gente interesante y me sentí muy yo. Más tarde viajes en pareja para disfrutar de mi lugar favorito, las Flores, pasear sin rumbo, descubrir nuevos rincones y ver atardeceres inolvidables en la Caleta. Luego todo mezclado: aquella Semana Santa del año 2019 que fuimos todas las primas a un apartamento y también se unió la prima del pueblo, y allí nos encontramos con los primos de Madrid, un cuadro divertidísimo que terminó como un viaje en pareja y a la vez un viaje de trabajo; mi primera vez contando en la Biblioteca Provincial de Cádiz. Después llegó la pandemia y uno de los primeros lugares que visité con mascarilla durante la nueva normalidad fue, de nuevo, su maravilloso Biblioteca. Y descubrimos los Apartamentos de la Luz, súper recomendables, comimos en el Garbanzo Negro, nos dejamos los pies paseando por el Barrio de la Viña.
Esta última vez ha sido diferente, bueno, todas las son pero creo que en este si que me he sentido otra persona. Necesitaba la luz y la playa y recorrerla sin parar para sacar de dentro todo lo que llevaba y venir más ligera, intentar dejar en la orilla lo que me pesa y abrir bien los ojos para saber lo que me hace ser más ligera.
No sé si he llegado a la conclusión correcta pero si que noto el cambio, y espero que si viene de mi ciudad vitamina, sea solo para mejor.
El otro día nos encomendaron una nueva misión a Las Primas (nuestro comando especializado en misiones absurdas por la península y también en Europa) y aceptamos enseguida. Desde lo del COVID no hemos podido contribuir a que el mundo sea un lugar mejor y andamos con ganas de poner toda nuestra sabiduría al servicio de la Humanidad. Además que hemos aumentado el comando y ahora tenemos un destacamento en Madrid que se llama Los Primos de Madrid y es la hostia, porque ellos saben mucho también y encima vienen de la capital lo que le da mucho prestigio a nuestro trabajo.
Total que los primos y las primas nos encontramos en la calle Genoveva Torres Morales y allí tuvimos que afrontar el primer reto: cuidar durante estos días la Zoolonia felina que hay justo al borde del río en la que patos y gatos se disputan el territorio. Pan comido. No tardamos ni 5 minutos en pasar de esta tarea (desde el confinamiento somos un poco así, irreverentes) y nos fuimos al partido de la Copa de la Reina que por casualidad se celebraba en Zaragoza también. Increíble.
Allí en el pabellón Príncipe Felipe nos encontramos con la afición del Avenida (que la llaman la Marea Azul) y también son de Salamanca así que nos hicimos pasar por uno de ellos. Lo hemos hecho en anteriores misiones y siempre nos ha funcionado muy bien ¿por qué esta vez no? A su lado hemos descubierto Valencia, el Carnaval de Vigo, Torrejón de Ardoz, Vitoria, Zamora, Arganda, Sevilla, Girona, y otros dos veces con anterioridad la ciudad de Zaragoza. Nos han enseñado a botar y a animar al Avenida hasta en los peores momentos. Con ellos aprendimos a levantarnos a desayunar en los hoteles con buffet libre a la hora correspondiente para no perderlos, a cantar en los autobuses en lugar de dormir, a esperar al equipo para darle la enhorabuena si ganaba o ánimos si había perdido. Son geniales.
Total, que a lo tonteria nos hemos metido nuestra tercera Copa de la Reina en Zaragoza y ha sido una experiencia genial, como siempre. Os voy a hacer un spoiler: el Avenida no ha ganado pero tampoco ha perdido, porque jugábamos contra una ciudad entera, una organización de 10 y un sentimiento de que “participar y darlo todo en un equipo es infinitamente más importante que el resultado que ponga en el marcador”.
Al menos nosotros, que hemos hecho un equipo muy bueno, lo sentimos así. No hemos jugado nunca juntos al baloncesto pero nos organizamos a la perfección para vivir en un apartamento y no tirarnos los trastos a la cabeza. Juntos hemos redescubierto Zaragoza con sus falsos chinos, su cierzo, las carracas de las procesiones y su lejanías y hemos conocido también sitios increíbles como Belchite.
Si tenéis oportunidad por favor pasar a visitar este pueblo asolado por la Guerra Civil y después por la mano del hombre. Allí una guía maravillosa, Raquel, nos recordó de forma totalmente imparcial algunos de los episodios que la Guerra Civil dejó en el pueblo y que provocaron su destrucción posterior. Y en sus palabras se traduce que necesitamos tener memoria para no olvidar la Historia y así no tener que repetirla, pero también paz, porque si la memoria está llena de odio y dolor va a volver a arrastrar lo mismo.
Lo mejor del evento, como siempre, son las personas con las que lo disfrutas. Porque es verdad que la gente en general cada vez está peor, que ya no respeta nada y todo lo que quieras pero las personas… las personas con nombres y apellidos que te molestas en cuidar y tener cerca, esas son maravillosas. Las personas con las que predesayunas o puedes jugar a los personajes a carcajada limpia, las mismas a las que te hace ilusión encontrarte por casualidad o que te comentan una fotografía y se alegran de verte feliz, ESAS SON EXTRAORDINARIAS.
Y ahora toca volver, que es un auténtico regalo porque significa que has estado en algún sitio y que tienes otro al que regresar. Poquito más se puede pedir en esta vida.
Bueno, si, voy a pedir algo más: QUE LOS DE LA PIZZERÍA COSA NOSTRA NOS HAGAN LLEGAR DE UNA VEZ LAS SEIS PIZZAS QUE LLEVAMOS ESPERANDO DESDE AYER POR LA NOCHE, POR FAVOR 🙏
Otro año que estoy aquí. Y en Navidad con mi familia, que eso es la mayor suerte del mundo. Además sigo disfrutando de mi trabajo, cada vez mas. Me ha costado años aprender a disfrutarlo sin presión y sin demasiados agobios. Y no viajo tanto, pero viajo. A veces por trabajo pero acabo convirtiendo la ocasión en una fiesta. Como el viaje a Santander en febrero con mi hermana. Fue sesión, biblioteca, mariscada, paseos, exposición, playa, amigos, descanso, Cazurro y vuelta. Una gozada. Y el anterior a Madrid… qué maravilla: las risas con Juan Dávila, zapatillas nuevas, comida rica, paseos, sol y sorpresas.
Sobrevivo cada vez mejor al frío. Sigo paseando por Villaverde en cuanto encuentro un rato. Sembré unos ajos y nacieron todos. No sembré muchos pero tampoco soy ambiciosa. Ahora voy a por las cebollas. Y mientras tanto miro las paredes de la que será mi casa y sueño despierta. Despacio, pero despierta. Me voy quitando dudas y las sustituyo por certezas. Estoy aqui para aprender, y lo sigo haciendo cada día. Y mañana también, y pasado. Sea el día que sea. Como hoy, que es 8 de marzo. Y bien.
Emilio Gancedo recoge en ‘Palabras mayores’ de Pepitas Editorial la experiencia de los hombres y mujeres que vivieron en las décadas más duras de nuestra Historia reciente, para que no nos olvidemos de ellos, de sus vivencias ni de dónde venimos para llegar a dónde estamos.
«La creación de lazos sociales, el valor de la palabra o la cooperación» son algunas de las prácticas diluidas en una sociedad individualista como la actual y que Gancedo considera importante recuperar para sobrellevar una crisis que «nuestros mayores explican con pocas y claras palabras».
Yo que siempre he sido muy de hablar y de compartir todo y de apostar por el diálogo y de ayudar a través de la palabra, pues ahora me callo.
39 años y no me ha servido de nada, solo disgustos. Me he llevado auténticos sopapos por intentar explicar cómo me hace sentir una situación, lo que me duele que no me pidan perdón cuando me hacen daño o intentar justificarme por querer cosas distintas al resto o tener planes que se salen de lo normal (y que es lo normal, eso no lo tengo claro).
Total, que he decidido que si no lo digo en voz alta entonces no es real y no hay ni pena ni decepción ni miedo ni angustia ni nada. Nada de nada. Si no lo digo, no pasa. Otra cosa es lo que siento, pero eso me lo dejo para mi, que yo me entiendo.
Hace muy poquito tiempo he cumplido un sueño y, aunque nada es como lo hubiera pensado, quiero disfrutarlo, exprimirlo, sentirme orgullosísima de haberlo logrado. A veces creo que no puedo, y puedo. Y me centro en mirar donde no debo en lugar de abrir bien los ojos y percibir todas las oportunidades que tengo antes ellos. Nada de esto sería posible sin la gente bonita que me rodea, especialmente estos tres que aparecen en el video: mi padre, el maestro de obra; mi hermana, que siempre está; y mi madre, siempre siempre dispuesta a ayudar. Os quiero muchísimo. Este es solo el primer paso.
Me lo digo poco pero a veces me hace falta. Estoy muy orgullosa de mi misma, la verdad. Me ha convertido en una mujer fuerte, resiliente, luchadora, discreta, cariñosa, educada. Me he caído mil veces y me he levantado todas de pie. He llorado muchísimo este año y creía que mis ojos no lo iban a soportar pero las pequeñas arrugas que ahora veo cuando me miro en el espejo son aprendizajes. Me miro y me veo, como soy, con todas las cosas que antes no sabía hacer y ahora ya hago, con todos los no debo pero tengo que intentarlo. He perdido gente pero no tengo muy claro si las relaciones que hay que estirar tanto merecen la pena. No me gusta forzar. Pero tampoco dejo de confiar, nunca. Estoy llena de contradicciones y de buenos propósitos, para mi y para el resto. Me tocó ser así, y ya no me niego. Me acepto, y me quiero mucho. Porque me lo merezco 🙂
Hay lugares que suelen pasar desapercibidos y tienen mucha magia dentro, es algo que suele suceder en Galicia y a mí me ha pasado en Pontevedra. Fue destino de última hora, buscando playa y tranquilidad, y no podíamos haber acertado más. 1. Llegamos al Hotel Combarro y nos encontramos a un guía en la recepción. Fran es un todoterreno que sabe de playas, de empanadas y del tiempo atmosférico, nos aconsejó enseguida un lugar donde comer y disfrutar del primer día en cualquier playa pasando Combarro porque había miles. Y así lo hicimos: después de una buenísima pieza de croca gallega en el Milongas nos acercamos hasta la playa de Laño y nos quedamos contentos con nuestro primer acercamiento. Cenamos en el bonito pueblo de Combarro y tuvimos la suerte de conseguir mesa en el restaurante O Bocoi, ¡una delicia de mariscos!
2. Nos levantamos pronto para viajar hasta la Isla de Arosa. Fue la mejor elección, sin duda. La primera parada fue en la Playa de Area de Secada y parecía un lugar de postal. Agua tranquila y no excesivamente fría, zona para paddle surf, árboles para hacer un picnic…
Después buscando un lugar para conocer descubrimos que en el puerto tenían Feria de Marisco ¡qué suerte! Comimos navajas, pulpo, pimientos, croquetas de marisco, sardinas y todo delicioso. Después buscamos otra playa para pasar la tarde y llegamos al Parque Natural de Carreirón. Allí todas son una maravilla, y en el atardecer decidimo dar un paseo por todo el entorno para descubrir todas las sorpresas que escondía. Zonas nudistas, otras salpicadas de piedra, ensenadas… Todo bellísimo.
3. Madrugamos también y decidimos acercarnos hasta la playa de La Lanzada a refrescarnos con sus olas y dar paseos curativos por la orilla. A la hora de comer apostamos por un arroz de marisco en El Rincón y después de dar una vuelta por la Isla de la Toja intentamos bañarnos en las playas de San Vicente de Mar ¡estaban heladas! Así que volvimos a la playa de Foxos, al lado de la Lanzada, y terminamos disfrutando de un concierto de Adrian Sevilla en el chiringuito.
4. Apostamos el cuarto día por los alrededores de Sanxenxo porque, aunque ya habíamos estado en la zona siempre hay lugares nuevos que visitar. Paramos en la playa de Areas, disfrutamos de una mañana excelente hasta que el sol empezó a pegar muy fuerte y nos fuimos a comer al Mesón Portonovo, en el mismo Portonovo. Y sin una triste sombrilla que nos resguardaré terminamos volviendo al hotel porque era imposible aguantar tanto sol. Al final, después de un ratito de descanso, por la tarde pusimos rumbo a Pontevedra y descubrimos una ciudad con encanto, para pesar unas horas. ¿Lo mejor? La ración de Zamburiñas en el bar O Cañón de Pau. Precios populares, buen servicio y calidad exquisita.
5. Elegimos Bueu como destino y con un buen día de sol pasamos la mañana en la playa de Portomaior. Después paramos a comer un menú del día en el restaurante Entrebrasas y nos fuimos a dar un paseo por el pueblo. Nos encantó el Museo Massó: entramos a echar un vistazo y acabamos hora y media despues, descubriendo todas los secretos de aquella conservera que había llegado a ocupar casi todo el pueblo y qué había fundado no una empresa sino una forma de entender el mar y vincularlo además con el arte. Terminamos cansados y después de otro ratito de playa cenamos en el restaurante Pinela, Justo enfrente de nuestro hotel, donde jugábamos al juego de los pimientos de padrón (ya sabéis, unos pican y otros no).
6. El sexto día fuimos a Cangas buscando una Olaya que en fotos parecía una auténtica maravilla y en directo también lo era: la playa de Barra. El Caribe de Pontevedra. Es una playa nudista con agua helada pero ambiente tranquilo, ideal para disfrutar una mañana. Comimos en el restaurante O Bruño su delicioso menú arrocero y nos quedamos con ganas de probar las tapas del restaurante Eladio (para la próxima). Nos quedamos en la playita más cercana y así terminamos el día.
7. Para nuestro último día en Pontevedra primero un paseo senderista por los alrededores del hotel, descubriendo los molinos de Freixas y la ruta que lleva por el parque de la Memoria hasta la Playa de Campello. Allí los marineros volvían con todo lo conseguido ese día, y en la orilla de podía observar la riqueza de la ría ¡impresionante! Después nos fuimos a Cambados y el día terminó en la playa de Lourido, con el recuerdo de una comida deliciosa que disfrutamos en el restaurante Isla de Tambo hace ya algunos años ¡recomendable!
Y hoy ya tocaba volver, con los buenos recuerdos de Galicia impregnados en la piel y con el deseo de Fran antes de despedirse “sed felices, amigos”.
Me vais a llamar loca pero he tenido unas cuantas ideas que pueden a ayudar a que la crisis que se nos viene en otoño no sea tan crítica y a que en vez de decir constantemente “ay, la que se nos viene encima” nos pongamos a actuar ya para que no se cumplan los peores augurios. Allá van:
Poner a desempleados a limpiar los montes y las sierras desde ya mismo, tanto los que han sufrido incendios como los que los pueden sufrir – si no hacemos nada – en los próximos tiempos.
Mejorar el rigor en los medios de comunicación que, con tal de conseguir audiencia, cambian titulares y se venden al clic fácil creando carencias donde no las hay y moviendo a la población como un rebaño de ovejas que se fía de lo que lee en cualquier panfleto digital o en papel.
Vender sentido común para el consumo energético. De poco sirve el ahorro que hacen los negocios si de forma personal no ponemos nuestro granito de arena y claro, como el gobierno no va a ir casa por casa…
Empezar ya a hacer algo. Habré escuchado ochocientas veces la frase de “nos vamos de vacaciones que con la que se nos viene encima…” y ese pensamiento es tan español que me alucina. Podemos reciclar desde ya, cuidar nuestro entorno aquí o en la playa, ahorrar electricidad, abrir las ventanillas en lugar de poner el aire, cosas tan sencillas que me da vergüenza hasta tener que repetirlas.
El cambio climático existe y nos está avisando. Ojalá que el máximo problema que pudiera provocar fuera tener un armario mezclado de invierno y de verano pero lo cierto es que se multiplican los incendios, que no va a llover ni mucho menos con la frecuencia de antes y no podemos mirar el cielo y pensar a ver si cambia el tiempo sino adaptarnos e intentar mejorar con lo que tenemos.
El bien común es el bien común y el individual es el de cada uno. Se acabó el abusar de los recursos compartidos especialmente en el terreno rural y más respeto por colaborar cuando haga falta. Juntos somos equipo, por separado no somos nada.
Apostar por la tierra. Y no os riais porque recursos tiene y muchos ni se aprovechan. Es de sabios y de inteligentes tener un huerto, un par de gallinas, quizás una vaca. Sembrar y cuidar son dos verbos que van hilados al desarrollo humano. Y se nos olvida a menudo.
Las redes sociales son una fuente inagotable de información pero también una pérdida absoluta de tiempo. He visto generaciones enteras completamente absorbidas por la pantalla de un móvil y cuando se la quitas, no saben ni cómo regar una planta. Un problema importante de ignorancia vital que tenemos que subsanar cuanto antes.
Dejar de culpar a las instituciones por todo. Tienen mucha culpa, está claro, pero detrás de ellas están las personas y nosotros estamos detrás de los que eligen a esas personas así que entonemos el “mea culpa” y empecemos con cualquiera de los puntos anteriores.